La Naturaleza de la Adoración
Actualizado: 21 oct 2021

El Salmo 95 exalta a Dios como la razón suprema para la adoración. Es una invitación al pueblo de Dios a cantar gozosamente alabanzas en su honor. La congregación es invitada a venir a su presencia con acción de gracias y confesión. El salmista sabe de la naturaleza de la adoración cuando pronuncia estas conocidas palabras: Venid, adoremos y postrémonos, arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios, nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano (Salmo 95:6, 7). ¿Cómo podría uno describir la adoración? A pesar de ser altamente subjetiva, se la define de varias maneras. Pero se necesita un entendimiento fundamental de la naturaleza de la experiencia de adorar como base para desarrollar un conocimiento de la terminología relacionada con la adoración.
LA EXPERIENCIA DE ADORACIÓN
Adorar es, en primer lugar, una experiencia interior. Es la respuesta del ser humano a la revelación de Dios por Jesucristo. Por eso, la adoración privada o personal es natural y normal. Hay en la especie humana una sed y hambre espirituales que nos empujan hacia Dios. El salmista expresó poéticamente este pensamiento, “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios el alma mía” (Salmo 42:1). La adoración cristiana glorifica a Dios en una relación directa entre los adoradores y Dios, como es conocido por nosotros en y a través de Jesucristo.
Como una oración es una relación viva de hombre a Dios, la adoración es una experiencia directa e interna con Dios. Se la puede considerar como una conversación entre el adorador y el Señor. Como Martín Buber ha expresado, es una relación de “Tú y Yo” entre Dios y nosotros mismos como sus humildes adoradores. El que adora debe reconocer la magnificencia de Dios tanto como su presencia permanente, debe reconocer la grandeza de Dios tanto como que él está a nuestro lado. La experiencia de adoración es aquella en que el que adora siente la santidad y majestad del Señor y responde a sus requerimientos en obediencia y amor.
Si la afirmación de San Agustín es cierta, que el hombre es incurablemente religioso, es porque el hombre fue creado a imagen y semejanza del Todopoderoso Dios. Por eso, el fin principal del ser humano es glorificar a Dios en adoración, servicio y en cada área de su existencia (Efesios 1:6,12,14). En la experiencia de adorar, uno recibe visión, inspiración, guía y fortaleza para vivir una vida centrada en Cristo.
La adoración es tanto individual como colectiva. El creyente que hace su contribución personal al culto público recibe, en cambio, edificación y fuerza de quienes adoran con él. Es mi convicción personal que el ministerio primario de la iglesia es el culto público.
La congregación de creyentes debe experimentar la adoración antes de la predicación, para que ésta sea significativa y eficaz. Se necesita una atmósfera de reverencia cúltica para que la Palabra de Dios pueda hacerse carne en nuestros corazones. Como Gaines S. Dobbins lo expresa: “Enseñar y predicar puede ayudar a un conocimiento acerca de Dios, pero solo la adoración hace posible conocer a Dios.” No es exagerado decir que la adoración es el corazón de la fe cristiana. Dobbins describe algunos valores que logran aquellos que participan en la adoración. Basado en esa afirmación encontramos:
1. La adoración crea una atmósfera de redención.
A pesar del pecado del ser humano, sobreabunda la santidad de Dios. El pecado es una realidad; no es una invención de la mente humana. La iglesia no salva, pero es a través de ella que la salvación por Cristo es conocida y recibida. La adoración revela lo feo del pecado y la necesidad de un Salvador. La experiencia de Isaías en el templo es un ejemplo del perdón de Dios durante la experiencia de adorar.
2. La adoración destaca el valor del individuo y su responsabilidad.
En el mundo de hoy es fácil para el individuo perderse entre la muchedumbre. La gran congestión de las ciudades modernas puede hacer que la persona sienta que no vale en la sociedad y que todo lo que haga con su vida no tiene mayor trascendencia. No obstante la fructífera experiencia de adoración destaca el sentido del valor y de la dignidad personal. Como alma preciosa a los ojos del Señor, el que adora se siente que está con él en los momentos de soledad de la vida.
3. La adoración da perspectiva a la vida.
El nuestro es un mundo de incertidumbre y parece que no tiene propósito. La gente parece andar a tientas, buscando un sentido para sus vidas. La vida se sale de foco como una cámara fotográfica defectuosa. Aun los creyentes sienten confusión algunas veces. La adoración permite al cristiano encontrar su destino y poder confiar su camino al cuidado de las manos del Señor. Jesús responde a la ansiedad humana diciendo: Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mateo 6:33, 34).
4. La adoración da ocasión al compañerismo.
Debido al instinto gregario por el cual tiende a juntarse con otros de su especie, el ser humano siente gran necesidad de compañía. Así, el culto de adoración le da la oportunidad de juntarse con otros, y cubre así esta necesidad. Pablo estimula a la iglesia en Filipos a unirse en Cristo diciendo: “Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Filipenses 2:2).
5. La adoración educa.
Los discípulos reconocieron su necesidad de instrucción cuando fueron a Jesús y le pidieron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). Adorar es una expresión de aprendizaje y aprender es necesario para adorar adecuadamente. La adoración, por lo tanto, resulta en aprendizaje y el aprendizaje es necesario para adorar. También el salmista reconoce la necesidad de ser enseñado por Dios que es el mejor maestro: Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos (Salmo 27:4, 11).
6. La adoración enriquece la personalidad y fortalece el carácter.
El espíritu que Dios puso en el ser humano es lo que le distingue y le hace único. Cuando Jesús habla de “vida”, la palabra que usa puede traducirse como personalidad”. “…¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo y perdiere su alma?” (Mateo 16:26). Personalidad es la integración de las cualidades físicas, mentales, sociales, morales y espirituales del ser humano. Adorar estimula el desarrollo de nuestra personalidad y fortalece nuestro carácter cristiano.
7. La adoración da energía para el servicio.
La iglesia se reúne para alabar en la casa de Dios; después se esparce por el mundo para servir al Señor. Sin adoración habría poca inspiración para el servicio; sin servicio la adoración tendría poco mérito. También uno debe reconocer que la adoración es una forma de servicio y el servicio rendido con la actitud apropiada es una forma de adoración.
8. La adoración sostiene la esperanza de paz en el mundo.
El nuestro es un mundo de incertidumbre política, de ideologías opuestas entre las súper potencias y el tercer mundo. El relativismo religioso, la decadencia moral, la explosión demográfica, los problemas económicos mundiales por la inflación, hambre, pobreza; la lucha por los derechos humanos y la lucha por la conquista de los recursos naturales, tienen a la humanidad al borde de un conflicto mundial. Podemos estar agradecidos de que la adoración tiene un efecto que calma los instintos y deseos del alma humana. Ciertamente, la mayor empresa que tenemos en el mundo es la de traer a todos a la verdadera adoración a Jesucristo, quien vino a traer paz con Dios, paz con nosotros mismos y paz con todos los demás.
Tomado de: “Que mi pueblo Adore” por Eduardo Nelson